Las palabras son pistolas cargadas

miércoles, septiembre 28, 2005

Traducción: Wie zum Teufel setze ich "Rondowringler" über?

En los años que llevo en la profesión, he llegado a dos injustas conclusiones con respecto a los clientes. La primera es que el cliente que no sabe idiomas suele tener una opinión bastante clara de lo que es un traductor: una persona que se sabe muchos diccionarios de memoria y que puede decirte en un abrir y cerrar de ojos cómo se dice lo que sea en otro idioma. La segunda es que el cliente que sí sabe idiomas combina la primera idea con la convicción de que traducir «no es para tanto», y alberga considerables dudas sobre la capacidad del traductor que plantea preguntas o que se atreve a decir que, así de entrada, no sabe lo que significa un término. (María Barbero)

La linterna del traductor
es, en mi opinión, la mejor revista en Internet escrita por y para traductores de español. Los 9 números publicados se pueden consultar en línea o descargar en formato PDF; lástima que el último date de agosto del año pasado. En fin, al grano: mientras buscaba otra cosa en Internet (como suele suceder tan a menudo), me he topado con el artículo de la traductora María Barbero «Usted sabrá cómo se dice. Al fin y al cabo, usted es el traductor, ¿no?», que apareció en el número 6. Aunque lo leí hace tiempo, he pensado que merecía la pena rescatarlo.

Una historia real como la vida misma: una traductora técnica de plantilla en una empresa alemana recibe un encargo «facilito y tranquilo [...] entre un informe sobre el ejercicio de la empresa y un folleto de cincuenta y tantas páginas sobre poliuretanos»; traducir una lista de objetos domésticos que un ejecutivo de su empresa quiere asegurar antes de mudarse a Guatemala. Nada especialmente complicado, vaya. De pronto, se topa con un término que nunca había visto antes, pese a llevar años viviendo en Alemania: Rondowringler. No puede ser una máquina, porque está en el salón, entre la vitrina y el equipo de música; no hay foto en la lista de mudanzas; no está recogida ni en diccionarios generales o técnicos, ni en enciclopedias, ni en bancos de datos; ninguno de los colegas de esta traductora (incluyendo a un terminólogo alemán) tiene la menor idea de qué es un Rondowringler; las posibles alternativas que se les ocurren (Rondo-Wringler, Rondowringer, Rondowrangler, Rundwringler...) tampoco aparecen; y no se puede eliminar discretamente de la lista de mudanzas porque vale 3.500 marcos (1.250 euros), y si no figura en ella el seguro no lo cubre. En fin, para qué seguir: ¿qué traductor profesional no se ha enfrentado alguna vez a esta pesadilla?

Tras agotar todas las alternativas, nuestra traductora llama al cliente para consultarle. Él no está disponible (natürlich) y le atiende su secretaria, que se descuelga con esta memorable frase (¿cuántas veces la habrán oído los traductores profesionales a lo largo de su carrera?):

¿Lo ha buscado en el diccionario? Ponga la traducción de Rondo-Wringler que venga en el diccionario y con eso será suficiente.

No voy a desvelar el final de la historia (ni qué resultó ser el dichoso Rondowringler), porque merece la pena leer el artículo completo. Lo malo es que, tras leerlo, a pesar de su tono ligero queda un regusto amargo y uno no puede evitar preguntarse: ¿quién me mandaría a mí escoger esta profesión?

Y nos respondemos lo de siempre en estos casos: soy traductor porque no me imagino haciendo otra cosa.

(Un día de estos hablaremos de otro excelente artículo de la misma autora sobre la plaga en que se están convirtiendo los eufemismos: «Inútiles, impedidos, especiales y diferentes», aparecido en el número de junio de 2004 del boletín de traducción médica Panace@.)

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