Política: Apoyemos a Dinamarca | Let's support Denmark
(Advertencia: post muy largo y polémico. El que avisa no es traidor.)
Tengo un ejemplar del Corán, ya un poco añejo. En el prólogo, el traductor, que no es musulmán, al explicar cómo va a enfocar su labor, dice lo siguiente:
Siempre me ha parecido que estas palabras contienen una inmejorable filosofía de vida, y a la vista de la ola de intolerancia y fanatismo ciego que está recorriendo estos días todo el mundo musulmán a causa de doce caricaturas de Mahoma publicadas por el diario danés Jyllands Posten, me ha parecido muy apropiado rescatarlas.
La libertad de expresión es el fundamento de una sociedad democrática; sin ella, las demás libertades quedan vacías de contenido. Y, a mi juicio, la libertad de expresión implica la libertad de ofender; entiéndase bien, no de insultar y difamar, sino de desafiar las convicciones más queridas y sagradas de los demás. Lo cual implica que debemos aceptar que otros, a su vez, desafíen nuestras convicciones más queridas y sagradas, y limitarnos a defenderlas sin otros medios que la palabra y la razón. Nadie lo expresó mejor que George Orwell cuando dijo en el prólogo de Rebelión en la granja que si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír.
Toda libertad tiene sus límites, por supuesto, y la de expresión no puede amparar el insulto ni la ofensa gratuita. Pero hace ya mucho tiempo que las sociedades democráticas decidieron que los únicos competentes para decidir si alguien ha rebasado los límites de su libertad para expresarse son los tribunales de justicia. En mi modesta opinión, las caricaturas no son de muy buen gusto, y entiendo que haya musulmanes que se puedan sentir ofendidos por ellas. Lo que me resulta incomprensible es que no recurrieran desde el principio a quien podía prestarles amparo. En vez de denunciar al Jyllands Posten ante los tribunales daneses, los musulmanes han optado por el insulto, el histerismo, la amenaza y el boicot contra Dinamarca y contra los demás países europeos. Ya han ardido las embajadas de Dinamarca, Noruega Suecia y Chile en Damasco; ojalá (etimológicamente, si Alá quiere) las aguas vuelvan a su cauce sin que se haya producido derramamiento de sangre.
Con la honrosa excepción del Gobierno danés, el papel de los líderes europeos (¿?) en esta crisis está siendo tan lamentable como de costumbre: por un lado, defienden con muy poco entusiasmo el derecho de sus ciudadanos a expresarse con libertad, y por otro piden disculpas con menos entusiasmo aún a los musulmanes que se hayan sentido ofendidos. Muy diplomático, y muy lamentable. También como de costumbre, quienes lo hacen peor son los Gobiernos de Washington y Londres; en un intento de mejorar su maltrecha imagen en el mundo árabe, están dando la razón a los integristas y a los intolerantes. En fin, ya sabemos el respeto que les merece la libertad de expresión a quienes provocaron una guerra con embustes.
Por otro lado, el timing de esta crisis es muy sospechoso. Las caricaturas se publicaron en septiembre; sin embargo, la indignación en los países musulmanes no estalló en toda su virulencia hasta el 26 de enero, cuando Arabia Saudí retiró por sorpresa a su embajador en Copenhague. Casualmente, el Gobierno de Riad toma esta decisión al día siguiente de que los islamistas de Hamás lograsen una amplia victoria en las elecciones palestinas. Es decir, pocos días después de que, por primera vez en un país árabe, la oposición suba al poder tras unas elecciones democráticas. Y, también casualmente, el desequilibrado Presidente de Irán acusaba a Occidente de emprender con esas caricaturas una «cruzada» contra el Islam, al mismo tiempo que el Organismo Internacional de la Energía Atómica estudiaba si debía remitir al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el controvertido programa nuclear iraní. ¿Soy el único que piensa que los gobiernos musulmanes están manipulando los sentimientos de sus ciudadanos para tender una cortina de humo con la que distraer la atención de otros problemas?
Algunos pueden pensar que el post de hoy se aleja de las cuestiones a las que está dedicada esta bitácora. Muy al contrario. El verdadero traductor necesita la libertad de expresión tanto como el aire que respira, y debe hacer lo posible por defenderla cuando está en peligro. Y esta, sin duda, es una de esas ocasiones. No hace falta recordar al profesor Hitoshi Igarashi, el traductor de Versículos satánicos al japonés, que fue asesinado por la misma intolerancia y fanatismo a los que estamos asistiendo estos días. Hay una amenaza peor y más insidiosa que el peligro físico: la censura de los guardianes de lo «políticamente correcto». Hay que estar también alerta frente a ella. Sin la libertad de poder traducir como mejor le dicten sus conocimientos y su conciencia, la labor del traductor no merecerá el nombre de traducción.
Por todo ello, apoyemos a Dinamarca. Hoy es la libertad de expresión de los daneses la que está en juego; mañana será la nuestra.
No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Hoy sin miedo que libre escandalice
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice… […]
Tengo un ejemplar del Corán, ya un poco añejo. En el prólogo, el traductor, que no es musulmán, al explicar cómo va a enfocar su labor, dice lo siguiente:
[…] yo no tengo fe sino en mi religión, religión enteramente ajena a dioses, profetas, libros sagrados, revelaciones, dogmas y demás, y que sólo me ordena y me ha ordenado siempre estos imperativos tan sencillos: VIVIR HONESTAMENTE, NO HACER DAÑO A NADIE, TRABAJAR CUANTO PUEDA Y NO IR MÁS ALLÁ, RESPECTO A CREENCIAS, DE AQUELLO QUE A MI RAZÓN NO LE REPUGNE CREER. Es decir, vivir con decoro y modestia; no hacer daño a nadie, a no ser sin saberlo ni proponérmelo; trabajar cuanto pueda a favor de lo que estimo útil, provechoso y verdadero, y detenerme ante cuanto repugna a mi razón, a saber: ante toda afirmación que no pueda ser demostrada y, por consiguiente, a mi juicio falsa y sentada sólo en vista de fantasías, fanatismos e intereses que, honradamente, no puedo compartir. Sin que ello, por supuesto, me haga pensar que toda la razón está de mi parte, pues tal cosa me llevaría a oponerme obstinadamente a las opiniones de los demás, como por desdicha hacen otros, obligándome a caer en esa torpeza imperdonable, verdadero crimen en cuestiones espirituales, que es la Intolerancia, fea, injusta y torpe manera de proceder por pretextos que se invoquen en su favor en nombre de conveniencias e intereses oscuros (incluso el tener que sentarse a la mesa tres veces al día), con objeto de defenderla y practicarla.
Siempre me ha parecido que estas palabras contienen una inmejorable filosofía de vida, y a la vista de la ola de intolerancia y fanatismo ciego que está recorriendo estos días todo el mundo musulmán a causa de doce caricaturas de Mahoma publicadas por el diario danés Jyllands Posten, me ha parecido muy apropiado rescatarlas.
La libertad de expresión es el fundamento de una sociedad democrática; sin ella, las demás libertades quedan vacías de contenido. Y, a mi juicio, la libertad de expresión implica la libertad de ofender; entiéndase bien, no de insultar y difamar, sino de desafiar las convicciones más queridas y sagradas de los demás. Lo cual implica que debemos aceptar que otros, a su vez, desafíen nuestras convicciones más queridas y sagradas, y limitarnos a defenderlas sin otros medios que la palabra y la razón. Nadie lo expresó mejor que George Orwell cuando dijo en el prólogo de Rebelión en la granja que si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír.
Toda libertad tiene sus límites, por supuesto, y la de expresión no puede amparar el insulto ni la ofensa gratuita. Pero hace ya mucho tiempo que las sociedades democráticas decidieron que los únicos competentes para decidir si alguien ha rebasado los límites de su libertad para expresarse son los tribunales de justicia. En mi modesta opinión, las caricaturas no son de muy buen gusto, y entiendo que haya musulmanes que se puedan sentir ofendidos por ellas. Lo que me resulta incomprensible es que no recurrieran desde el principio a quien podía prestarles amparo. En vez de denunciar al Jyllands Posten ante los tribunales daneses, los musulmanes han optado por el insulto, el histerismo, la amenaza y el boicot contra Dinamarca y contra los demás países europeos. Ya han ardido las embajadas de Dinamarca, Noruega Suecia y Chile en Damasco; ojalá (etimológicamente, si Alá quiere) las aguas vuelvan a su cauce sin que se haya producido derramamiento de sangre.
Con la honrosa excepción del Gobierno danés, el papel de los líderes europeos (¿?) en esta crisis está siendo tan lamentable como de costumbre: por un lado, defienden con muy poco entusiasmo el derecho de sus ciudadanos a expresarse con libertad, y por otro piden disculpas con menos entusiasmo aún a los musulmanes que se hayan sentido ofendidos. Muy diplomático, y muy lamentable. También como de costumbre, quienes lo hacen peor son los Gobiernos de Washington y Londres; en un intento de mejorar su maltrecha imagen en el mundo árabe, están dando la razón a los integristas y a los intolerantes. En fin, ya sabemos el respeto que les merece la libertad de expresión a quienes provocaron una guerra con embustes.
Por otro lado, el timing de esta crisis es muy sospechoso. Las caricaturas se publicaron en septiembre; sin embargo, la indignación en los países musulmanes no estalló en toda su virulencia hasta el 26 de enero, cuando Arabia Saudí retiró por sorpresa a su embajador en Copenhague. Casualmente, el Gobierno de Riad toma esta decisión al día siguiente de que los islamistas de Hamás lograsen una amplia victoria en las elecciones palestinas. Es decir, pocos días después de que, por primera vez en un país árabe, la oposición suba al poder tras unas elecciones democráticas. Y, también casualmente, el desequilibrado Presidente de Irán acusaba a Occidente de emprender con esas caricaturas una «cruzada» contra el Islam, al mismo tiempo que el Organismo Internacional de la Energía Atómica estudiaba si debía remitir al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el controvertido programa nuclear iraní. ¿Soy el único que piensa que los gobiernos musulmanes están manipulando los sentimientos de sus ciudadanos para tender una cortina de humo con la que distraer la atención de otros problemas?
Algunos pueden pensar que el post de hoy se aleja de las cuestiones a las que está dedicada esta bitácora. Muy al contrario. El verdadero traductor necesita la libertad de expresión tanto como el aire que respira, y debe hacer lo posible por defenderla cuando está en peligro. Y esta, sin duda, es una de esas ocasiones. No hace falta recordar al profesor Hitoshi Igarashi, el traductor de Versículos satánicos al japonés, que fue asesinado por la misma intolerancia y fanatismo a los que estamos asistiendo estos días. Hay una amenaza peor y más insidiosa que el peligro físico: la censura de los guardianes de lo «políticamente correcto». Hay que estar también alerta frente a ella. Sin la libertad de poder traducir como mejor le dicten sus conocimientos y su conciencia, la labor del traductor no merecerá el nombre de traducción.
Por todo ello, apoyemos a Dinamarca. Hoy es la libertad de expresión de los daneses la que está en juego; mañana será la nuestra.
[…] En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda
y romper el silencio el bien hablado.
Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
que es lengua la verdad de Dios severo
y la lengua de Dios nunca fue muda.
(Francisco de Quevedo)
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