Las palabras son pistolas cargadas

sábado, enero 27, 2007

113 - Lenguaje: El genocidio y la Ley de Godwin | Genocide and Godwin's Law

Sabemos que un hombre puede leer a Goethe o Rilke por las noches, que puede tocar a Bach y Schubert, e ir tranquilamente a trabajar en Auschwitz por las mañanas (We know that a man can read Goethe or Rilke in the evening, that he can play Bach and Schubert, and go to his day's work at Auschwitz in the morning). (George Steiner)

Hoy, aniversario de la liberación del campo de Auschwitz, se conmemora el Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto.

Aunque, como se comenta en Barrapunto, Mentiras Piadosas y otras bitácoras, parece que aún hay quien no tiene clara la definición de genocidio:


Si se creó una Ley de Godwin para «castigar» a quienes intentan ganar un debate comparando a sus adversarios con Hitler y el nazismo, ¿para cuándo otra contra quienes abusan de la palabra «genocidio»?

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martes, enero 23, 2007

112 - Cómic: "Palabras"

(Haga clic sobre la imagen para ampliar)

Calpurnio -biografía en Wikipedia-, diario 20minutos, 19 de enero de 2007

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sábado, enero 20, 2007

111- Literatura: Adaptaciones literarias | Literary adaptations

En los archivos de una filmoteca, una rata está dando buena cuenta de un rollo de celuloide. Otra rata se acerca:

-¡Hola! ¿Qué película es?
-Lo que el viento se llevó.
-¿Qué tal está?
-Psé, me gustó más el libro.

¡No, por favor! ¡No salgan huyendo! Ya sé que el chiste es muy malo, pero no pude resistir la tentación de incluirlo en un post dedicado a la adaptación para el cine de obras literarias...

Suele suceder que los lectores de una novela queden defraudados, como la rata de la filmoteca, al verla en la pantalla. No soy cinéfilo, pero recuerdo muchas películas fallidas basadas en un excelente material de partida, mientras que el caso contrario (El Padrino, Testigo de cargo) es mucho más infrecuente. ¿Por qué? ¿Tan malos son los guionistas? Tengo mi teoría al respecto.

En el fondo, crear una versión cinematográfica de una novela viene a ser lo mismo que traducirla; no de una lengua a otra, sino del lenguaje literario al cinematográfico. O, como diría Malraux, del «arte de la metáfora» al «arte de la elipsis». Por tanto, los problemas de adaptación de una obra literaria para el cine son asimilables a los de una traducción. Y no una traducción cualquiera, sino, debido a las peculiaridades del medio cinematográfico, una constrained translation (véase al respecto el artículo -PDF- de Roberto Mayoral, Dorothy Kelly y Natividad Gallardo Concept of Constrained Translation. Non-Linguistic Perspectives of Translation).

En el blog Screenhead (vía Guerra Eterna) aparece una lista de novelas particularmente «infilmables». Excepto el Quijote (del que aún no existe una versión definitiva para la pantalla a causa de su gran extensión y sus numerosas tramas secundarias), se trata de obras maestras de la literatura del siglo XX: Ulises, Finnegans Wake, Cien años de soledad, El guardián entre el centeno, En busca del tiempo perdido, La conjura de los necios... Todas ellas se apartan de la estructura lineal a la que el arte cinematográfico parece ligado de forma inextricable a causa de sus limitaciones físicas. A mi modesto entender, la dificultad de adaptar/traducir novelas como estas se debe, sobre todo, a que el lenguaje visual aún no ha encontrado la manera de expresar de forma convincente las estructuras narrativas no lineales, aunque no deja de buscarla (ejemplos interesante son Memento y las películas de Alejandro González Iñárritu). Tal vez sólo sea cuestión de tiempo. Al fin y al cabo, la historia del lenguaje cinematográfico es aún muy breve: el primer largometraje apenas tiene un siglo de antigüedad...

La fotografía es verdad. Y el cine es una verdad 24 veces por segundo. (Jean-Luc Godard)

(Nota: he decidido numerar las entradas a partir de esta, pero creo que es mejor no numerar las anteriores para que los enlaces no cambien. Gracias por su comprensión.)

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sábado, enero 06, 2007

Traducción: La dickensiana historia de Matilde Zagalsky | Matilde Zagalsky's Dickensian story

Vía Mentiras Piadosas, me topo con una historia más propia de las páginas de Charles Dickens que de un país de la Unión Europea en pleno siglo XXI.

No parece descabellado que un traductor, tras muchas décadas de trabajo, aspire a una jubilación digna, máxime si ha destacado en su campo. Cualquier trabajador tiene derecho a ello, ¿quién lo duda? Pues según cuenta hoy El País, la traductora argentina Matilde Horne (cuyo verdadero apellido es Zagalsky), autora de la versión en español de los dos últimos tomos de El Señor de los Anillos, malvive a sus 92 años en una residencia de ancianos de Ibiza, con una pensión no contributiva de 300 euros y sin percibir derechos de autor de ningún tipo.

¿Cómo es eso posible? Sin duda, el nombre de Matilde Horne le resulta familiar a los aficionados a la literatura fantástica y la ficción científica. Según la base de datos del ISBN del Ministerio de Cultura, figura como traductora de 55 libros editados en España (seguramente esta cifra se quede corta; esta base de datos permite buscar por autor, editorial... pero no por traductor, así que la búsqueda no se puede afinar). ¿Cómo es posible que quien ha traducido al español obras de Stanislaw Lem, de Ray Bradbury, de Lawrence Durrell, de Ursula K. Le Guin..., por no hablar de J. R. R. Tolkien, se vea obligada a trabajar hasta los 86 años -cuando sus ojos se desgastaron por completo- y quede en una situación tan precaria? ¿Cómo es posible que más de 50 años de distinguida carrera como traductora literaria queden amortizados con un finiquito de 6.000 euros?

Pero lo que más me ha llamado la atención son los comentarios que algunos usuarios de Menéame han dejado (las faltas de ortografía y puntuación son suyas):

Pues no se, a la tía [sic] le pagaron las traducciones en su momento, pero no veo porque ella tendría que estar mejor que cualquier otro traductor solo porque a ella le toco traducir un libro de Tolkien en vez de cualquier otro. Si quería réditos el resto de su vida a lo que debía haberse dedicado es a escribir libros, y no a traducirlos [más sic]. [...]

Ahora bien, La duda que a mi me entra es que cotizo esta señora a lo largo de su vida, pues que le haya quedado esta pensión significa que no pago mucho a la seguridad social. Lo que no tengo muy claro es si esto es por ella, o bien por las empresas de traducción, que para variar se las intentan arreglar para pagar lo mínimo posible, lo que incluye defraudar si es posible [sic; que quede muy claro que esta es su opinión, no la mía].

[...]

Pues muy bien que me parece.

Seamos consecuentes. Una persona debe cobrar cuando trabaja. Si le contratan para traducir un libro, y lo traduce, cobra por esa traducción y punto. No debe estar cobrando toda la vida por un trabajo de x meses. ¿O esto es solo aplicable a los cantantes?

Igual que un albañil no cobra toda la vida porque una vez puso unos ladrillos en una casa... , ni los artistas ni traductores ni nadie debe cobrar toda la vida por aquella vez que trabajó. (¿no he leido yo esta comparación antes en alguna parte?)

Y si me decís que no, que esta gente debe cobrar toda la vida por aquél trabajo que hicieron una vez... decidme dónde tengo que apuntarme para que me paguen por todo lo que llevo hecho desde que empecé a trabajar.

No sólo la situación parece sacada de una novela de Dickens. Ciertas mentalidades, sobre todo teniendo en cuenta las fechas en las que nos encontramos, también recuerdan a algunos de sus personajes.

Y, a propósito, tal vez sea el momento de sopesar la posibilidad de contratar un plan de pensiones...

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Literatura: "Cómo nace un texto"


Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder. En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí eso es una solución personal mía, creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo si se trata de un cuento porteño, lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: «No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión».

El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula por fantástica que sea crea, por el momento, en la realidad de la fábula.

Jorge Luis Borges, Cómo nace un texto (fragmento). Mundo Latino, vía Es un decir.
Fotografía: Wikipedia.

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martes, enero 02, 2007

Lenguaje: Año nuevo, viejas costumbres | New year, old habits

Una vez más, los medios de comunicación más prestigiosos del mundo (¿?) persisten en la mala costumbre de no llamar a las cosas por su nombre. Tres ejemplos, más que representativos, por gentileza de Trampa 22.

BBC News:


The New York Times:


Y The Washington Post:


Y no son los únicos. Para muestra, Der Spiegel (creo que no es necesario traducir el calificativo empleado por el redactor de la noticia):


La historia es un incesante volver a empezar. (Tucídides)

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